El trabajo doméstico o del hogar incluye todas las actividades realizadas en la esfera privada relacionadas con la reproducción y el mantenimiento social y, por ende, de la fuerza de trabajo, por lo que es sumamente importante tanto en términos sociales como económicos: garantiza el bienestar familiar y social, además de producir la capacidad de las personas para trabajar en la esfera pública.
Debido a la clásica división sexual del trabajo, nuestra sociedad sigue atribuyendo a las mujeres el rol reproductivo (doméstico y de cuidados) y a los hombres el productivo (que produce bienes y servicios), por lo que el trabajo del hogar, en sus dos acepciones: remunerado y no remunerado, es realizado comúnmente por las mujeres.
La concepción de que el trabajo doméstico es propio o natural de las mujeres repercute directamente en su condición social, laboral y económica. En primer lugar, la sobrecarga de trabajo limita su incorporación al mercado, al ser las únicas responsables de dichas actividades al interior de los hogares. En segundo, cuando logran emplearse, generalmente lo hacen en actividades similares a las domésticas y de cuidados, como enfermeras, maestras, secretarias, cocineras, que son ocupaciones menos retribuidas respecto a otras. Y en tercer lugar, se emplean en ocupaciones de menor responsabilidad, que permitan contar con el tiempo suficiente para atender el trabajo que realizan en sus hogares, las cuales suelen ser con menor remuneración, informales, temporales o sin seguridad social.
Asimismo, la sobrecarga de trabajo limita sus oportunidades de desarrollo e impide el despliegue de sus habilidades, al no dejarles tiempo para el estudio, la capacitación, para participar plenamente en la política, la cultura, la sociedad y, menos aún, para el ocio o el esparcimiento. Todo lo anterior les genera dependencia económica o pobreza, o que sean susceptibles a ella.
Y es que la cada vez mayor participación de las mujeres en el mercado laboral (en el rol productivo) no se ha traducido en una mayor participación de los hombres en las actividades del hogar (en el rol reproductivo); es decir, ellos no se han incorporado al trabajo del hogar, como ellas lo han hecho al trabajo para el mercado.
Según las estadísticas nacionales, las mujeres destinan en promedio 9 horas a la semana más de trabajo remunerado y no remunerado que los hombres[1] y triplican el promedio de horas semanales que ellos dedican al trabajo doméstico.[2]
Por lo que todavía muchas mujeres, además de su jornada laboral remunerada, se hacen cargo de la preparación de alimentos, de la limpieza de la vivienda y de la ropa, de la administración del hogar, del cuidado de las mascotas y plantas, de las compras, entre otras actividades. Incluso, hay algunas que realizan actividades domésticas en su hogar y también en otros de forma remunerada.
El trabajo del hogar es socialmente necesario y sumamente importante en términos económicos, pero su desproporción obstaculiza el empoderamiento y autonomía económica de las mujeres y las niñas. Por lo que es imperante visibilizarlo, medirlo y valorarlo, así como promover su redistribución entre las familias y sus integrantes, contando con el apoyo de los centros de trabajo y los servicios del Estado.
Debido a la clásica división sexual del trabajo, nuestra sociedad sigue atribuyendo a las mujeres el rol reproductivo (doméstico y de cuidados) y a los hombres el productivo (que produce bienes y servicios), por lo que el trabajo del hogar, en sus dos acepciones: remunerado y no remunerado, es realizado comúnmente por las mujeres.
La concepción de que el trabajo doméstico es propio o natural de las mujeres repercute directamente en su condición social, laboral y económica. En primer lugar, la sobrecarga de trabajo limita su incorporación al mercado, al ser las únicas responsables de dichas actividades al interior de los hogares. En segundo, cuando logran emplearse, generalmente lo hacen en actividades similares a las domésticas y de cuidados, como enfermeras, maestras, secretarias, cocineras, que son ocupaciones menos retribuidas respecto a otras. Y en tercer lugar, se emplean en ocupaciones de menor responsabilidad, que permitan contar con el tiempo suficiente para atender el trabajo que realizan en sus hogares, las cuales suelen ser con menor remuneración, informales, temporales o sin seguridad social.
Asimismo, la sobrecarga de trabajo limita sus oportunidades de desarrollo e impide el despliegue de sus habilidades, al no dejarles tiempo para el estudio, la capacitación, para participar plenamente en la política, la cultura, la sociedad y, menos aún, para el ocio o el esparcimiento. Todo lo anterior les genera dependencia económica o pobreza, o que sean susceptibles a ella.
Y es que la cada vez mayor participación de las mujeres en el mercado laboral (en el rol productivo) no se ha traducido en una mayor participación de los hombres en las actividades del hogar (en el rol reproductivo); es decir, ellos no se han incorporado al trabajo del hogar, como ellas lo han hecho al trabajo para el mercado.
Fuente: ONU Mujeres. |
Según las estadísticas nacionales, las mujeres destinan en promedio 9 horas a la semana más de trabajo remunerado y no remunerado que los hombres[1] y triplican el promedio de horas semanales que ellos dedican al trabajo doméstico.[2]
Por lo que todavía muchas mujeres, además de su jornada laboral remunerada, se hacen cargo de la preparación de alimentos, de la limpieza de la vivienda y de la ropa, de la administración del hogar, del cuidado de las mascotas y plantas, de las compras, entre otras actividades. Incluso, hay algunas que realizan actividades domésticas en su hogar y también en otros de forma remunerada.
El trabajo del hogar es socialmente necesario y sumamente importante en términos económicos, pero su desproporción obstaculiza el empoderamiento y autonomía económica de las mujeres y las niñas. Por lo que es imperante visibilizarlo, medirlo y valorarlo, así como promover su redistribución entre las familias y sus integrantes, contando con el apoyo de los centros de trabajo y los servicios del Estado.
[1]
Datos de la Encuesta Nacional de
Ocupación y Empleo 2016. Inmujeres, Sistema de Indicadores
de Género, disponible en: http://estadistica.inmujeres.gob.mx/formas/index.php
[2] Datos de la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo 2009. Inmujeres, Sistema de Indicadores de Género, disponible en: http://estadistica.inmujeres.gob.mx/formas/index.php
[2] Datos de la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo 2009. Inmujeres, Sistema de Indicadores de Género, disponible en: http://estadistica.inmujeres.gob.mx/formas/index.php
Una mujer puede hacer los que desea, no importa su edad, estatus social o condición. Una buena administración, un buen asesor financiero puede permitir que la compañía soñada se haga realidad.
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